Dios no juega a los dados

Mayalichi
3 min readApr 19, 2018

Durante mucho tiempo me pregunté por qué, si había ido a la universidad, había decidido trabajar en algo que no se relacionaba con mi profesión, y todo siempre me llevaba a la misma respuesta: me gusta trabajar, me gusta ser independiente y me gusta la estabilidad. No me malinterpreten, soy el tipo de persona que estudió lo que quería: amo ser filóloga, escribo y leo aunque no me paguen, y hago mi tesis en literatura aunque no sepa qué va a pasar con eso, todo porque me gusta. He tenido muchas experiencias profesionales satisfactorias y enriquecedoras, y siempre en mi profesión he sido feliz.

Sin embargo, aunque me gradué hace casi tres años, las oportunidades laborales que encontré en mi profesión se caracterizaron por ser temporales o del tipo “freelance”, y eso no me resultaba satisfactorio. Así que un día me armé valiente y aunque casi tenía mi maestría terminada me fui a trabajar a un call center. “Total, soy filóloga a dondequiera que vaya”, pensé, “y el gusto por lo que estudié no me lo quita nadie”.

Muchas veces yo misma me llegué a reprochar esta decisión, pensando que tenía la obligación moral de andar de colegio en colegio, de lugar en lugar, hasta que en alguno se me diera la oportunidad de trabajar permanentemente. Pero yo no quería hacer eso. No quería ir de lugar en lugar, no quería tener un salario intermitente, no quería mendigar y tampoco quería regalar mi trabajo. Estuve cinco meses al teléfono aguantando clientes malcriados, y seis meses en el departamento de fraude. Ambas temporadas trabajando fines de semana; ambas con horarios que jamás hubiera escogido. También en ambas conocí personas talentosas e inteligentes que me inspiraron para ser mejor, porque hay que hacerle justicia también a la memoria.

Aprendí que el conocimiento que había aprendido en la universidad no era suficiente en la vida, porque cuando tenía un gringo furioso al otro lado del teléfono y mi trabajo era hacerlo sentir mejor, los libros que había leído y las teorías aprendidas no me servían de nada. Aprendí que las personas que se burlaban de nosotros porque “trabajamos en una maquila” o porque “somos mediocres que solo quieren tener plata” no saben de lo que hablan, porque desconocen la inteligencia que requiere nuestra industria y simplemente hablan desde la ignorancia. Pude ver que soy afortunada porque podía comprar con mi salario muchas cosas, porque había podido estudiar. Conocí gente valiente con un montón de sueños, que se levantaba temprano y llegaba al brete desde muy lejos, para regresar a su casa muy tarde solo para trabajar, y pude ver que eso valía más que muchas de las cosas que yo había visto y que había vivido. Aprendí tantas cosas. Y lo más importante: conocí una empresa que me fascinó por su cultura de igualdad, de libertad, y en la que siempre hay espacio para la innovación y la inteligencia. Y eso actualmente es mucho decir.

Hoy después de todo ese tiempo, que para mí fue bastante, aunque para otros podrá parecer corto, podré aplicar todos mis conocimientos y habilidades profesionales en una de las empresas más admirables para las que he trabajado. Y no puedo más que sentirme feliz y agradecida, porque todos los días cuando abro los ojos me parece mentira que haya llegado este día que tanto anhelé. El momento en el que voy a hacer lo que me gusta cada día, el momento en que, aunque ya lo sabía, puedo ver que todo esto valió la pena. Einstein dijo que “Dios no juega a los dados” para indicar que no existe el azar en el universo y que nada es impreciso. Pienso que tenía razón.

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Mayalichi

Filóloga entusiasta de la danza, las letras y el cine.